martes, 12 de mayo de 2009

Mi blog no se va de rumba

Nunca he sido muy rumbero. De hecho, soy tan poco rumbero que, orgullosamente, digo que aprendí a bailar cuando cumplí 17 años, en la fiesta de después del ICFES. La verdad es que me da mucha mamera todo el ritual de la rumba, que comienza unas cuatro horas antes de llegar al sitio. Lo primero es comenzar a llamar o a recibir llamadas "que fulanito me dijo que quería hacer algo", "que perencejo conoce un sitio lo más de chévere", "que sutanito se queja de que hace rato no nos vemos". Fulanito, perencejo y sutanito deben reemplazarse por diminutivos "chic" de los nombres de las mujeres (taty, mary, angy, maca, mapau, malau) o alguna característica física de los hombres (el mono, el flaco, el enano, el bonito).

Una vez se ha activado toda la red de contactos sigue escoger el sitio. Antes, mucho tiempo antes, cuando los que salían de rumba eran mis papás, solamente existía un sitio: la zona rosa. Por ese afán de distinguirnos copiando, hoy en día debe haber en Bogotá unas 50 "zonas": la zona t (ahora llamada "la t", como Madonna), la zona g, la zona k (en un intento por quitarse el mucho más adecuado "cuadra picha"), la zona m y demás. Eventualmente tendremos una zona por cada letra del abecedario y, cuando eso pase, figuró volcarnos al griego (la zona kappa), al árabe (la zona ta), al japonés (la zona ro) o al chino (la zona gue). No creo que falte mucho tiempo si tenemos en cuenta que cada día los medios de comunicación y la gente play se inventan una nueva.

En fin, se está escogiendo el sitio y lo primero es determinar la zona. Según la zona se determina el tipo de rumba y la gente que se va a ver, aún si nadie tiene claro donde termina una zona y comenza otra. Al tener la zona se debe escoger el bar o discoteca específico, esta es una labor de otras dos horas, no porque hagan falta sitios sino porque hay tantos que no se sabe cual. Todos son iguales, así que el verdadero problema es que el sitio siga existiendo:

--"vamos al bar X"
--"hermano, ese bar lo cerraron hace un resto, como tres días. Ahora funciona el bar Y, que es de los mismos dueños"
--"verdad, pero me han dicho que es pésimo ¿Por qué no vamos mejor al bar Z?"
--"¿Ese no es el que queda donde antes estaba el bar Q?"

...y así sucesivamente hasta que, por decisión del más terco del grupo se termina en cualquier sitio, igualitico a los demás. En ese momento comienza la tercera fase: la fila y la angustia.

Siempre he pensado que a los bares les gusta tener filas a su entrada para aprovecharse de nuestra tendencia natural a ir donde va todo el mundo (así como de nuestra tendencia natural de hacer filas). Cuando hay mucha fila lo asociamos con un sitio buenísimo al que hay que ir, finalmente, si tiene tanta fila es porque es lo máximo. Una vez nos ubicamos en la fila comienza el suplicio de la entrada. En general todos los establecimientos públicos de Bogotá asumen que sus clientes son criminales y por eso es necesaria una requisa (en algunos casos hay que rogarle al bouncer para que nos de el privilegio de gastar nuestra plata en un sitio que no nos quiere recibir en primer lugar).

Lo de la requisa es medio tonto, si tengo plata para una pistola y tengo la personalidad de llevarla a una fiesta, muy seguramente tengo como pasarle toda la plata del mundo al administrador del bar para que me la deje entrar. Si no me la deja entrar y quiero igual pegarle un tiro a alguien, me voy a mi carro, saco la pistola y lo espero afuera. Sencillo. En últimas rompo una botella y, mientras el equipo de seguridad llega al sitio donde estoy, ya desahogué mi ira.

Pero bueno, muchas tangentes. Ya se hizo la fila, ya se demostró que se es digno de entrar al sitio y lo que sigue es el mismo infierno. Salir a rumbear es pagar por estar incómodo toda la noche, es pagar porque le derramen trago, comida y demás en la ropa. Como los bares quieren ganar toda la plata posible, meten a toda la gente posible. Termina uno en una mesita de 50cms X 50cms con otras 20 personas, pegado a otra mesita igual con otras 20 personas. No se puede bailar porque desde el mimento en el que uno se levanta de la mesa, hasta que llega al sitio indicado para hacerlo ya se terminaron cuatro o cinco canciones. No se puede bailar porque no hay donde hacerlo sin terminar con el codo de alguien en la cara o viceversa (y eso es bien peligroso). No se puede hablar porque la música está a todo volumen y no se puede tomar porque los meseros están como de adorno.

En fin... una vez terminado el suplicio en el sitio sigue el ritual posterior. Buscar transporte, rogarle al amigo que llevo carro que le abra cupo o hacerse el bobo si es uno el del carro. Mientras eso pasa, hay que aguantarse al amigo que se levantó a la vieja del tequila, a la amiga que le da por llamar a su ex novio y decirle que es un hp, al que se le pasó la mano con el trago y parece una fuente o al que no se quiere ir porque una vieja lo miro y quiere ir a decirle que la ama, sin preocuparse de que el novio mida 3 metros.

Así termina la rumba. Por eso la odio. Por eso prefiero quedarme en mi casa leyendo o viendo televisión. Por eso me arrepiento de, cuando tenía 17 años, haber perdido la única razón por la cual me inventaba cualquier excusa para no salir...

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