miércoles, 24 de junio de 2009

Florence Thomas tiene toda la razón

Como también la tiene Ángela Benedetti.

Quienes me conocen saben que estoy en contra del llamado "lenguaje incluyente". Bueno, estaba en contra del "lenguaje incluyente". Para mis lectores y lectoras, el lenguaje incluyente consiste en decir "lectores y lectoras" en lugar de solamente "lectores". Debe quedar bien claro que me leen tanto hombres como mujeres, la humanidad si quieren pensarlo de esa forma.

Usted, amigo lector o amiga lectora, se estará preguntando ¿por qué estaba yo en contra de un cambio tan magnánimo y necesario en el lenguaje? La respuesta es sencilla: me parece innecesario. A mi modo de ver el español es un idioma maravilloso y muy rico. Lleno de palabras, de tiempos verbales, de pequeñeces gramaticales que, siendo honestos, nadie recuerda más allá del colegio cuando, su profesor o profesora, se las enseñó.

Sin embargo, pese a su riqueza, el español nunca solucionó muy bien aquello del género. Los angloparlantes y las angloparlantes la sacaron barata (¿barato?), sencillamente tienen un artículo indeterminado que sirve para todo y no le dan mucha importancia al género. Por eso se termina leyendo frases completas sin saber si hablan de hombre o de mujer hasta que aparece un him o un her en algún lado. En el español el asunto se solucionó al decir que el masculino funciona, además, como el género indeterminado.

Así hemos hablado durante, no sé ¿500 años? tal vez un poquito más. Y es curioso dado que el español baja del latín, que tiene una forma especial para los géneros indeterminados o donde hay una mezcla de masculinos y femeninos. La verdad es que nunca me había detenido a pensarlo y me parecía todo muy bien y hasta alergia me daban los hombres y mujeres que pretendían imponernos a todos y todas el uso del lenguaje incluyente. Ni que decir de la @ (l@s niñ@s).

Me parecía, honestamente una pérdida de tiempo invertir recursos en obligar a todos los funcionarios públicos y las funcionarias públicas (por decir algunos y algunas) a usar este lenguaje en todos lados. Eso fue, por supuesto, hasta hoy. Hoy tuve una epifanía al leer este artículo de Florece Thomas que resume muy bien por qué el uso del lenguaje incluyente es algo crítico para que hombres y mujeres avancemos en la creación de un mundo donde niños y niñas vivirán sin exclusiones.

La idea, palabras más, palabras menos, es que los hombres somos unos llorones (si, lo somos y no me voy a esforzar en debatir eso). Dado que las mujeres han tenido que soportar durante miles de años la violencia masculina es importante que los hombres dejen de lado esa satisfacción fálica que implica usar el género masculino como indeterminado.

Y, debo decirlo, la verdad es que Florece Thomas y Ángela Benedetti nos pillaron... la única razón por la cual las mujeres han sido discriminadas es porque en lugar de decir "había 5000 espectadores y espectadoras" decimos "había 5000 espectadores". La conspiración, para quienes no lo saben, va tan alto como la Real Academia de la Lengua Española que, quien lo habría imaginado, tiene un especial interés en mantener el status quo del lenguaje... esos miserables académicos (y académicas porque también hay mujeres).

Además de todo el tejido de intriga y conspiraciones alrededor del uso del lenguaje está una cuestión práctica: leer un titular que dice que "los niños son victimas de violencia sexual confunde". La verdad es que a mi también me confundía pero no me había dado cuenta. Como en el colegio no me enseñaron español nunca habría pensado que el titular se debe estar refiriendo tanto a niños como a niñas y eso perpetúa el imaginario de que solamente existen los hombres. ¿Las mujeres? Ni idea, parte del complot es que todo el mundo crea que a las mujeres no las violan porque el español no las toma en cuenta.

Para terminar es claro y evidente que cambiar el lenguaje por un acto administrativo hace que las cosas mejoren. Todos recordamos como a Bush lo dejaron de molestar por decir que en lugar de tortura lo que hacía era usar "técnicas mejoradas de interrogación". También es cierto que los "interrogados" y las "interrogadas" se sintieron aliviados y aliviadas al saber que no los estaban torturando. O, en un ejemplo de la ficción, lo bien que funcionaban los ministerios en 1984 de George Orwell: "me están torturando, pero como lo hace el ministerio del amor, seguramente no es tan grave".

Yo creo que el uso del lenguaje incluyente es una solución poco pragmática. Los que lo proponen y las que lo proponen dicen que es para ser más específico. Pero, si nos ponemos en esas, eventualmente va a tocar que el periodista o la periodista y el funcionario público o la funcionaria pública terminen describiendo a todo el mundo: los niños, de 13, 14 y 15 años, que viven en tal sitio y hacen tales cosas, y las niñas de 13, 14 y 15 años que viven en tal sitio y hacen tales cosas. No queremos cambiar el idioma para que los despistados puedan entender las noticias, queremos cambiarlo para que las mujeres estén incluídas.

Por eso propongo dos soluciones: la primera, dejar de joder y cambiar la constitución para implementar el género indeterminado (propongo la "u" o la "i" para este fin: lus niñus o lis niñis) y así se sabe que hay de todo. La ventaja de esto es que cuando voy yo solo con 5 amigas no me van a decir "¡chao niñas!" cortando mi falo simbólicamente. La otra opción, mucho más radical es cambiar de una vez el género indeterminado y dejarlo para las mujeres: cuando se diga "las niñas se sentaron" se entenderá que es posible que también haya niños en ese conjunto. Con esto se hiere el macho de muchos hombres, pero también llegaremos a una era gloriosa en la cual Ángela Benedetti hará cosas de verdad y Florece Thomas volverá a escribir algo interesante.

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