martes, 27 de octubre de 2009

Crónica de un disfraz: La búsqueda, la elección y la coronación

"¿Sabes cuál es el porcentaje de novios que se disfrazan obligados?" La pregunta era respuesta a una observación mía "Mira, hay, por lo menos, cuatro veces más disfraces para mujeres que para hombres". Cuando me fijé en los disfraces tampoco me había dado cuenta de que el único hombre mayor de 17 años, sin hijos y buscando disfraz, era yo. El resto eran niños y adolescentes con sus mamás o papás buscando disfraz para sus hijos. Y yo que pensaba que la alergia a los disfraces era solo mía.

La mañana había comenzado con la promesa de mi novia de hacer un listado de tiendas a lo largo y ancho de Bogotá para buscar el disfraz. Eran las 10:30 de la mañana y estaba lloviendo cuando sucedió, las nubes dentro de mi cabeza se abrieron y dieron paso a un rayo de luz que, no lo sabía en ese momento, salvaría mi día: "¿Y si vamos primero a la tienda donde encontraste el disfraz la vez pasada?" Ella lo pensó y me dio la razón, por bien que nos fuera estaríamos saliendo rumbo a cualquier tienda a las 11 de la mañana y habría que almorzar. Si yo no almuerzo soy una mala persona y no debe haber nada peor que buscar un disfraz con una persona con hambre; todo le parece lindo y no es objetivo.

Así terminamos, a las 11:30, en Cachivaches. Lleno de gente que se movía como chulos alrededor de los disfraces ¿Sabían que sacan un número limitado de cada disfraz y que si se acaba toca esperar hasta el año entrante? Yo no, pero lo descubrí cuando entré al almacén y ví como la gente se empujaba y movía ganchos frenéticamente. Una de las vendedoras, muy amable, nos dio todas las instrucciones que necesitaríamos: "Allá" dijo señalándo un tubo solitario "están los disfraces de hombre. Allá" dijo señalando un área que representaba la cuarta parte del almacén, lleno de personas empujándose "están los disfraces de mujer". Mi estrategia era sencilla: encontrar un disfraz para ella que con toda seguridad encontraríamos el compañero, reduciéndo la búsqueda a la mitad.

Suspiré, tragué saliva y me dispuse a poner mi mejor cara de "perdón por haber empujado a una señora de 60 años" si llegaba a ser necesario. En la primera isla nada, muchas cenicientas (pero ella ya tiene ese disfraz), muchas indias, gatitas, bomberas, presas, policías y demás. Nada interesante. Al iniciar la segunda de tres islas de disfraces una mancha verde me sugeria mal pronóstico. Haciendo un repaso mental breve creo que había, por lo menos, 10 disfraces de Campanita que retaban mis pocas ganas de ser Peter Pan. Pero ya eran las 12:20 y el almuerzo me llamaba, si tocaba ser Peter Pan por almorzar, pues lo sería. Ya luego tendría tiempo de preocuparme por explicarlo a mis amigos.

En esa misma segunda isla estaba mi salvación. Un disfraz que a la larga sería el elegido. Los ojos de mi novia brillaron tan pronto vieron que era el último que quedaba y lo cogió. En ese instante supe que nuestra búsqueda había llegado al final pero cuando se lo dije su respuesta fue "nos falta todavía ver... por si las moscas ¿no?" Y por si las moscas terminé con 3 disfraces, dos chaquetas y el hambre que invadía mi cerebro (si, estoy a dieta, pero eso no significa que he dejado de comer).

Terminados de ver los potenciales disfraces sigue la segunda parte del circo: medirse los disfraces. El almacén estaba lleno a reventar con personas buscando disfraces, lo que hacía falta eran sitios donde probárselos. Dos vestiéres, uno de los cuales era completamente invisible, el otro era tan visible que tenía fila y una política de "dos disfraces por persona". Mi novia cogió sus dos disfraces y se probó primero el elegido... sobra decir que no se probó ninguno más. Mientras ella se cambiaba yo socializaba con una de las señoritas encargadas de ordenar esa histeria y averigüé donde encontrar la pareja de ese disfraz "¿Si vio la isla de los disfraces de hombre?" (como perderla, tan abandonada ella) "ahí lo encuentra".

En efecto, estaba el disfraz que necesitaba... seis veces. Tomé uno pero igual había que mirar el resto de los disfraces. Cogí otro par como por darle misterio al asunto pero, cuando me los probé decidí una cosa para el resto de mi vida: nunca voy a usar disfraces enterizos. ¿Las razones? En primer lugar soy unos 10 centímetros más alto que la persona en la que estaban pensando cuando los hicieron. En segundo lugar, con mi aversión al calor, no quiero imaginarme la pesadilla que sería usarlo en medio de una fiesta de Halloween...

Finalmente me probé el disfraz, me quedó perfecto y solo hacía falta un accesorio que compramos diligentemente...

¿Cuál es el disfraz? Dicen que una foto vale más que mil palabras así que, para completar las dos mil de esta entrada, he aquí una foto que, espero, les guste:







Epílogo: Una vez encontrado y coronado el disfraz solo queda encontrar donde lucirlo más allá de mi casa. El final de la crónica será el sábado, cuando el mundo (más allá de mis 12 lectores) vea que no me disfracé de Peter Pan.

5 comentarios:

  1. me dio una apnea de risa.... me encanto!!!
    anya

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  2. Te luce principito. Por un momento pensé que ibas a disfrazarte de bocadillito. Gracias a Dios encontraste el compañero del disfaz de Ana María.

    Andrea Aguilar

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  3. Morí EPA! Divina la foto! Y el blog :)

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  4. con esa foto uno solo puede decir... aaaawwwwwwwwwwww so cute!

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  5. Muy interesante el artículo y muy gracioso. La verdad es que tengo que decir que estoy en una situación paracida, aunque hace poco vi en una página una buena recopilación de disfraces para hombres que me gustaron bastante, aunque tengo que admitir que me encuentro igual que tú XD. Saludo y ánimo.

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