La cadena de sucesos es la siguiente:
- Dos tipos se besan en medio de un mar de "gente" (porque, también seamos sinceros, si ellos no se sienten como gente no hay que tratarlos así, los adolescentes, no los homosexuales)
- La multitud, cuya edad mental promedio son 12 años y quienes viven en el siglo 18, decide abuchearlos.
- Una niña decide defender a los parceros. Evidentemente no con la fuerza del argumento sino con la fuerza de su cinturón.
- Caos, destrucción, muerte (bueno, no muerte, pero si botella para todo el que quiso).
En el mejor de los casos esta batalla fue algo esporádico, producto de unos malos tragos (que todos hemos tenido). En el peor, este es el resultado de asumir que los hijos son problema de alguien más. Así como Mariana en el cine no se quedaba callada porque sencillamente a sus papás les daba pereza contenerla, la niña de la noticia decidió salir a pegarle a todo el mundo porque a sus papás sencillamente no les interesa. Mucho se habla sobre lo perdida que está la juventud hoy en día (de hecho ese es el tema favorito de los que, como yo, ya no somos jóvenes) y ese es el nuevo lugar común: el problema de la juventud es la juventud, es la televisión, es la música, es el trago. Pero ¿Y si el problema fueramos nosotros mismos?
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